El Imperio Carolingio
La caída del Imperio Romano de Occidente derivó en la partición de su territorio, formándose distintos reinos dominados por pueblos denominados “bárbaros”. En el antiguo territorio de la Galia se instaló la dinastía de los Merovingios, constituyendo el primer antecedente del Reino de los Francos.
Sin embargo, el poder de los Merovingios luego de la muerte de Clodoveo I dejó de estar centralizado, y el reino se subdividió en regiones menores al mando de cada uno de sus hijos: Austrasia, Neustria, Burgundia y Aquitania. Con el correr del tiempo, los “mayordomos de palacio”, que surgieron como intendentes con ciertas funciones ejecutivas dentro de los reinos, pasaron a detentar el verdadero poder en cada uno de ellos y relegaron a los reyes francos a un mero rol ceremonial.
Entre los mayordomos de palacio más destacados, Carlos Martel emergió como figura excluyente luego de su triunfo ante los Sarracenos en la Batalla de Tours en el año 732, que es considerada por los historiadores como un hito que evitó la conquista de Europa por parte de los árabes. Su hijo Pipino el Breve se convirtió en el primer rey de los francos al deponer al último merovingio, Childerico III, iniciando la dinastía Carolingia.
Carlomagno, nieto de Carlos Martel, heredó la corona tras la muerte de Pipino y logró expandir el reino hasta ocupar los territorios actuales de Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania, Suiza y el norte de Italia. Conservó la relación política de los Carolingios con la Iglesia y fue coronado en el año 800 por el papa León III como Emperador, heredero de los césares romanos. Durante su gobierno tuvo lugar un impulso de las artes, la educación y las leyes, lo que se denominó “Renacimiento Carolingio”.
Luego de su muerte en el año 813, la unidad territorial se sostuvo sólo por una generación. Al morir su sucesor Ludovico Pío, sus herederos se enfrentaron en una serie de guerras internas que culminaron con la división tripartita y el fin del Imperio, de acuerdo al Tratado de Verdún del año 843.