LOS SACRIFICIOS: El sacrificio o acto sagrado, consistía en inmolar animales, y éstos se dividían en dos categorías: las víctimas o animales mayores y las hostias o animales pequeños. La elección de las victimas era cosa importante, pues cada dios reclamaba la que le era propia. A los dioses magnos, sobre todo a Júpiter sacrificaban animales blancos; a las otros, animales de otro color; a los dioses subterráneos, victimas negras. Céres exigía un cerdo y Líber un macho cabrío.
El sacerdote quemaba incienso en el altar y después purificaba a los asistentes rociándolos con agua lustral, o sea agua de fuente en la que se habla echado sal o apagado un hierro candente. La víctima no debía tener mancha y era requisito indispensable el que los sacerdotes la aceptaran. Los menores detalles de la ceremonia estaban reglamentados con minuciosidad. La víctima era llevada al altar; se le ponía en la cabeza, que estaba adornada de cintas, una bola de harina salada, y, según el caso, era degollada o acogotada.
Después se le examinaban las entrañas para ver si agradaba a los
dioses el sacrificio. La grasa y los huesos se quemaban entonces
sobre el altar, la sangre se vertía en libaciones, y las carnes
se repartían entre los sacerdotes y los asistentes. Éstos debían
permanecer cerca de los sacrificadores, de pie, y en traje de
fiesta, con un velo en la cabeza, y pronunciar las palabras que
les dictaban los sacerdotes, teniendo cuidado de no equivocarse
ni en una sílaba. El sacrificio reputado más agradable a los
dioses era el suovetauro, pues se inmolaba a la vez un toro, una
oveja y un cerdo.
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LA HISTORIA Y SUS PROTAGONISTAS: GRECIA, ROMA Y LA EDAD MEDIA |
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