LA INQUISICIÓN: En ese mediodía, en sangre y fuego durante diez y ocho años, los herejes se ocultaban, pero la herejía continuaba subsistiendo. Para acabar con ella, el concilio de Tolosa creó, en 1229, los inquisidores de la fe.
Como lo indica su nombre, los inquisidores estaban encargados de hacer averiguaciones acerca de la fe, es decir sobre las creencias de las personas. Tenían la facultad de encarcelar a los sospechosos. El expediente se hacía secretamente, ya sea por meras sospechas, ya por simples denuncias que provocaban los mismos inquisidores y cuyos autores permanecían cuidadosamente ocultos. El acusado no se confrontaba ni careaba jamás con sus acusadores, ni tenía abogado que lo defendiese.
Para obligarlo a confesar, los inquisidores, poniendo en vigor un abominable uso romano, podían someterlo a cuestión de tormento o tortura; así, por ejemplo, lo dejaban varios días sin comer o bien le aplastaban los dedos en un torno, o le hacían tragar por fuerza enormes cantidades de agua. Después de haberle obligado a confesar, el inquisidor pronunciaba solemnemente la sentencia. El hereje que se arrepentía, era condenado al emparedamiento, es decir a prisión perpetua o temporal. Si el acusado se negaba a hacer enmienda honorable, o si era relapso, es decir que reincidía en la herejía de que había abjurado, lo quemaban vivo. El cuidado del suplicio se confiaba al brazo secular o lo que es lo mismo, a los laicos, agentes del rey o del señor.
La inquisición no se estableció en Francia exclusivamente, sino
también en Aragón, Italia y Alemania, donde el número de
víctimas fue considerable. Un escritor eclesiástico, hablando de
la inquisición y de sus tribunales, ha dicho << que no podían
servir más que para engendrar hipócritas y hacer odiosa la
religión. >>
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LA HISTORIA Y SUS PROTAGONISTAS: GRECIA, ROMA Y LA EDAD MEDIA |
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