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Newton y la inercia:
Aristóteles observó que aquí abajo, en la tierra, todo cambia o se desintegra:
los hombres envejecen y mueren, los edificios se deterioran y derrumban, el mar
se encrespa y luego se calma, los vientos llevan y traen las nubes, el fuego
prende y luego se apaga, y la Tierra misma tiembla con los terremotos. En los
cielos, por el contrario, parecían reinar sólo la serenidad y la inmutabilidad.
El Sol salía y se ponía puntualmente y su luz jamás subía ni bajaba de brillo.
La Luna desgranaba sus fases en orden regular, y las estrellas brillaban sin
desmayo.
Aristóteles concluyó que las dos partes del universo funcionaban de
acuerdo con reglas o «leyes naturales» de distinta especie. Había
una ley natural para los objetos de la Tierra y otra para los
objetos celestes.
Unos cuarenta años después de la muerte de Galileo (quien había
desafiado a Aristóteles respecto a la velocidad en la caída de los
cuerpos), el científico inglés Isaac Newton estudió la idea de que
la resistencia del aire influía sobre los objetos en movimiento y
logró descubrir otras formas de interferir con éste.
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Estableció las leyes de la mecánica clásica, tanto en estática y
dinámica, leyes que permitieron dirigir un cohete a la Luna.
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Creo una nueva rama matemática o calculo diferencial, para poder
estudiar y profundizar sus estudios teóricos sobre los fenómenos
naturales.
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Desarrolló la teoría de la gravedad entre los cuerpos del
universo.
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Propuso una teoría corpuscular para explicar los fenómenos
ópticos.
Demás estás decir que Newton demostró que Aristóteles se había
equivocado al pensar que existían dos conjuntos de leyes naturales,
uno para los cielos y otro para la Tierra.
Las tres leyes del movimiento explicaban igual de bien la caída de
una manzana o el rebote de una pelota que la trayectoria de la Luna.
Newton demostró así que los cielos y la Tierra eran parte del mismo
universo. |
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