Darwin y la evolución.
El ser
un león o un gato o una rosa lleva consigo algo especial, algo que ningún otro
animal o planta comparte con él. Cada uno de ellos es una especie única de
vegetal o animal. Sólo los leones pueden parir cachorros de león, solamente los
gatos pueden tener garitos, y únicamente de semillas de rosa —y no de clavel—
pueden salir rosas.
Aun
así, es posible que dos especies diferentes muestren semejanzas. Los leones se
parecen mucho a los tigres, y los chacales a los coyotes, a pesar de que los
leones sólo engendran leones y no tigres, y los chacales sólo paren chacales y
no coyotes.
Y es
que el reino entero de la vida puede organizarse convenientemente en grupos de
criaturas semejantes. Cuando los científicos se percataron por primera vez de
esto, muchos pensaron que no podía ser pura coincidencia. Dos especies parecidas
¿lo eran porque algunos miembros de una de ellas habían pasado a formar parte de
la otra? ¿No sería que se parecían porque ambas estaban íntimamente
relacionadas?
Algunos
filósofos griegos habían sugerido la posibilidad de una relación entre las
especies, pero la idea parecía por entonces demasiado descabellada y no tuvo
ningún eco. Parecía inverosímil que algunos leones se hubiesen convertido en
tigres, o viceversa, o que alguna criatura felina hubiese engendrado tanto
tigres como leones. Nadie había visto jamás una cosa semejante; de haber
sucedido, tenía que haber sido un proceso muy lento.
La
mayoría de la gente creía, a principios de los tiempos modernos, que la Tierra
tenía solamente unos seis mil años de edad: un tiempo absolutamente insuficiente
para que las especies cambiaran de naturaleza. La idea fue rechazada por
absurda.
Pero
¿era verdad que la Tierra sólo tenía seis mil años de edad? Los científicos que
estudiaban a principios del siglo XVIII la estructura de las
capas rocosas de la
corteza terrestre empezaron a sospechar que esos estratos sólo podrían haberse
formado al cabo de períodos muy largos de tiempo. Y hacia 1760 el naturalista
francés Georges de Buffon osó sugerir que la Tierra podía tener hasta setenta y
cinco mil años.
Algunos
años después, en 1785, el médico escocés James Hutton llevó las cosas un poco
más lejos. Hutton, que había adoptado su afición a los minerales como ocupación
central de su vida, publicó un libro titulado la Teoría de la Tierra, donde
reunía abundantes datos y sólidos argumentos que demostraban que nuestro planeta
podía tener en realidad muchos millones de años de edad. Hutton afirmó sin
ambages que no veía signos de ningún origen.
La puerta se abre
Por
primera vez parecía posible hablar de la evolución de la vida. Si la Tierra
tenía millones de años, había habido tiempo de sobra para que animales y plantas
se hubiesen transformado lentamente en nuevas especies, tan lentamente que el
hombre, en los pocos miles de años de existencia civilizada, no podía haber
notado esa evolución.
Pero
¿por qué iban a cambiar las especies? ¿Y por qué en una dirección y no en otra?
La primera persona que intentó contestar a esta pregunta fue el naturalista
francés Jean Baptiste de Lamarck.
En 1809
presentó Lamarck su teoría de la evolución en un libro titulado Filosofía
zoológica. La teoría sugería que las criaturas cambiaban porque intentaban
cambiar, sin que necesariamente supiesen lo que hacían.
Según
Lamarck, un antílope que se alimentara de hojas de árbol estiraría el cuello
hacia arriba con todas sus fuerzas para alcanzar la máxima cantidad de pasto; y
junto con el cuello estiraría también la lengua y las patas. Este estiramiento,
mantenido a lo largo de toda la vida, haría que las patas, el cuello y la lengua
se alargaran ligeramente.
Las
crías que nacieran de este antílope heredarían este alargamiento de las
proporciones corporales. La descendencia alargaría aún más el cuerpo por un
proceso idéntico de estiramiento, de manera que, poco a poco, a lo largo de
miles de años, el proceso llegaría a un punto en que el linaje de los antílopes
se convirtiese en una nueva especie: la jirafa.
La
teoría de Lamarck se basaba en el concepto de la herencia de caracteres
adquiridos: los cambios que se operaban en el cuerpo de una criatura a lo largo
de su vida pasaban a la descendencia. Lo malo es que la idea carecía por
completo de apoyo empírico. Y cuando fue investigada se vio cada vez más
claramente que no podía ser cierta. La doctrina de Lamarck tuvo que ser
abandonada.
En
1831, un joven naturalista inglés llamado Charles Darwin se enroló en un barco
fletado para explorar el mundo. Poco antes de zarpar había leído un libro de
geología escrito por otro súbdito inglés, Charles Lyell, donde éste comentaba y
explicaba las teorías de Hutton sobre la edad de la Tierra. Darwin quedó
impresionado.
El
periplo por costas remotas y las escalas en islas poco menos que inexploradas
dieron a Darwin la oportunidad de estudiar especies aún desconocidas por los
europeos. Especial interés despertó en él la vida animal de las Islas Galápagos,
situadas en el Pacífico, a unos mil kilómetros de la costa de Ecuador.
Darwin
observó catorce especies diferentes de pinzones en estas remotas islas. Todas
ellas diferían ligeramente de las demás y también de los pinzones que vivían en
la costa sudamericana. El pico de algunos de los pinzones estaba bien diseñado
para comer pequeñas semillas; el de otros, para partir semillas grandes; una
tercera especie estaba armada de un pico idóneo para comer insectos; y así
sucesivamente.
Darwin
intuyó que todos estos pinzones tenían su origen en un antepasado común. ¿Qué
les había hecho cambiar? La idea que se le ocurrió era la siguiente: podía ser
que algunos de ellos hubiesen nacido con ligeras modificaciones en el pico y que
hubieran transmitido luego estas características innatas a la descendencia.
Darwin, sin embargo, seguía albergando sus dudas, porque esos cambios
accidentales ¿serían suficientes para explicar la evolución de diferentes
especies?
En 1838
halló una posible solución en el libro titulado Un ensayo sobre el principio de
población, publicado en 1798 por el clérigo inglés Thomas R. Malthus. Malthus
mantenía allí que la población humana aumentaba siempre más deprisa que sus
recursos alimenticios. Por consiguiente, el número de habitantes se vería
reducido en último término por el hambre, si es que no por enfermedades o
guerras.
El estilo de la Naturaleza
A
Darwin le impresionaron los argumentos de Malthus, porque le hicieron ver la
potentísima fuerza que podía ejercer la Naturaleza, no sólo sobre la población
humana, sino sobre la población de cualquier especie.
Muchas
criaturas se multiplican con gran prodigalidad, pero de la descendencia
sobrevive sólo una proporción pequeña. A Darwin se le ocurrió que, hablando en
términos generales, sólo salían adelante aquellos individuos que eran más
eficientes en un aspecto u otro. Entre los pinzones, por poner un caso, sólo
sobrevivirían aquéllos que nacieran con picos ligeramente más robustos, por ser
más capaces de triturar semillas duras. Y aquellos otros que fuesen capaces de
digerir de cuando en cuando un insecto tendrían probabilidades aún mayores de
sobrevivir.
Generación tras generación, los pinzones que fuesen ligeramente más eficientes
en cualquier aspecto sobrevivirían a expensas de los menos eficaces. Y como esa
eficiencia podía darse en terrenos muy diversos, al final habría toda una serie
de especies muy diferentes, cada una de ellas especializada en una función
distinta.
Darwin
creyó justificado afirmar que este proceso de selección natural valía, no sólo
para los pinzones, sino para todas las criaturas. La selección natural
determinaba qué individuos debían sobrevivir, a costa de dejar morir de hambre a
aquellos otros que no gozaban de ningún rasgo de superioridad.
Darwin
trabajó en su teoría de la selección natural durante años. Finalmente vertió en
1859 sus ideas en un libro titulado: Sobre el origen de las especies por medio
de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha
por la vida.
Las
ideas de Darwin levantaron al principio enconadas polémicas; pero la cantidad de
evidencia acumulada a lo largo de los años ha confirmado el núcleo central de
sus teorías: el lento cambio de las especies a través de la selección natural.
La idea
de la evolución, que en su origen entrevieron los filósofos griegos y que
finalmente dejó sentada Charles Darwin, revolucionó el pensamiento biológico en
su integridad. Fue, indudablemente, la idea más importante en la historia de la
biología moderna. |